Jesús nos enseña a ser libres. Este es el tema para el tercer periodo. La pregunta obligada es: ¿qué es la libertad? Y podemos tener diversas respuestas al respecto. Pero, ¿son todas atinadas?, ¿son todas correctas? Eso será lo que en este tema comprobaremos.
A Jesús lo hemos escuchado en nuestros Templos, a través de los Sacerdotes y Pastores. De Él sabemos que es el Hijo de Dios, que hizo muchos milagros, que predicó en Galilea, que fue acusado de agitador y revolucionario y que lo crucificaron en medio de dos ladrones. También nos han enseñado que Jesús, tres días después resucitó y que hoy vive entre nosotros.
Y, ¿A qué va todo esto? A que al conocer la vida de Jesús, comprendamos la coherencia entre lo que decía y lo que hacía. Por ejemplo: Jesús dijo "nadie tiene amor más grande que el que da su vida por sus amigos" y Él murió por toda la humanidad.
Cuando decimos que Jesús fue libre, estamos diciendo que no estaba atado física, emocional, política, económica o religiosamente a nada ni nadie. Solo estaba atado a Dios, su Padre. En este mundo nada lo limitaba ni le impedía cumplir su misión; pero no por eso cayó en la imprudencia. Dijo la verdad a quien se la tuvo que decir, pero buscando siempre que este o aquel la escuchara y recapacitara de su mala conducta.
Nuestra mala conducta, no es mala porque alguien dice qué es bueno o qué es malo. El mal es lo que nos divide entre lo que somos y lo que debemos ser, entre lo que hacemos y lo que decimos, entre lo que debemos hacer y lo que queremos hacer, entre el placer y el deber, entre lo que Dios ha planeado para nuestra felicidad y la felicidad que el mismo hombre busca sin tener en cuenta a Dios. La mala conducta es lo que nos daña por dentro aunque no se nos note: odio, rencor, perversión, promiscuidad, hipocresía, infidelidad, irrespeto (hacia nosotros y hacia los demás).
Jesús como Maestro, nos enseña. Pero tristemente, no queremos tener maestros, porque "nos las sabemos todas".
Queremos que nuestro corazón y nuestro estómago sean los que guíen nuestra vida; sean nuestros maestros. Pero tarde o temprano, llegamos a la feliz convicción: tenemos un único y verdadero Maestro: Jesús de Nazareth.
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